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martes, 3 de mayo de 2011

Cuento: El pez de oro

Basado en el cuento de

Alexander Afanasiev


HISTORIA


Hace muchos años, en una isla muy lejana llamada Buián, vivía un pescador muy pobre con su esposa.


El viento Ártico, en ráfagas muy frías, barría sin piedad la región y congelaba los matorrales, la hierba y hasta las semillas. Era inútil sembrar: la tierra, indiferente al padecimiento de las gentes que las habitaba, no ofrecía ningún gesto generoso. Ya nadie insistía en ararla y esperar algo de ella.


Por eso, Iván Ivánovich iba todas las mañanas hasta el mar, con una red que el mismo había tejido, y no volvía hasta capturar algún pez que sirviera para entretener el hambre.


Mariushka, su esposa, le esperaba en la cabaña, cada vez con más angustia que esperanza.


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Un día como todos los días, Iván Ivánovich se acercó a la orilla, echó su red y se quedó mirando la inmensidad del mar.


Como siempre, Iván Ivánovich se dejó llevar por sus pensamientos. En aquel desamparado lugar, los recuerdos de tiempos más felices eran su mejor compañía, aunque pertenecieran a épocas más lejanas ya que el horizonte.


¿Por qué este destino?” , terminaba siempre por preguntarse Iván Ivánovich. Sin embargo, el paso de los años ya le había enseñado a no esperar más respuesta que el zumbido del viento.


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De pronto, Iván Ivánovich sintió en la mano un inconfundible tirón procedente de la red.


¡Vaya!” , se dijo el pescador, antes de retroceder de espaldas, a la espera de ver lo que había capturado.


Por la fuerza del tirón, no dudó que esta vez la red estaría llena de peces.


¡Hace años que no pesa tanto!” - se dijo, y siguió tirando-. Tendremos comida para varios días...”.


Finalmente, la red quedó fuera del agua, pero la decepción fue infinita: extendida sobre la arena de la playa, se la veía vacía, como si nunca hubiese sido echada al mar.


¿Cómo puede ser...?”, se preguntó Iván Ivánovich.


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Lágrimas más amargas que el mar inundaron los ojos del pescador. Se acercó a la red dispuesta a echarla al agua nuevamente cuando, en un pliegue de la malla, vio prendido un pequeño pececillo dorado.


-¡Es de oro!- exclamó Iván Ivánovich.


Pero su sorpresa fue a mayor cuando oyó que el pececillo, con una voz tan humana como la suya le decía:


-Sí, soy de oro, pero arrójame de nuevo al mar... A cambio, te daré todo lo que me pidas...


¡Pobrecillo...., es tan pequeño!”, pensó sin detenerse a escuchar siquiera, y arrojó de nuevo el pececillo al agua.


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Iván Ivánovich corrió hasta su cabaña y le contó a su esposa lo sucedido. Mariushka, que alguna vez había sido una muchacha de labios frescos y ojos soñadores, era ahora castigada por el hambre y el frío.


-Eres tonto, Iván Ivánovich -estalló furiosa-. Has tenido en tus manos una fortuna y la has dejado escapar... ¿Y ahora que comemos? En casa no hay ni una migaja de pan...


Iván Ivánovich no supo que responder. “Es fácil ser generoso cuando se tiene el estómago satisfecho”, pensó. Pero como ese no era su caso, corrió


-Pececillo, por favor; concédeme al menos un trozo de pan...


Iván Ivánovich vio como entre la la espuma centelleaba un fugaz destello de oro.

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-No te preocupes, Iván Ivánovich – se oyó la voz del pececillo-. En tu casa nunca faltará el pan...


Mariuska, cada vez queria más cosas.... ¡Ahora quería ser reina!

Un día, Mariushka le pidió a Iván Ivánovich, que le trajese el pececillo de oro, pues queria tenerlo en su poder.

Mariushka empezó a pedirle más cosas.... Ahora todo estaba como el principio. Una cabaña vieja, en la que el viento silbaba por las paredes.

El pececillo volvió a ser libre.


Iván Ivánovich y Mariushka se abrazaron. En el momento en que el reflejo dorado volvía a zigzaguear entre las olas, el pescador contempló a su esposa y volvió a ver a aquella muchacha de labios frescos y ojos soñadores... La misma que estaba de nuevo entre sus brazos.



fin

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